martes, 30 de mayo de 2017

El cobertizo de herramientas (II)


Eran las cuatro de la mañana, el cielo seguía oscuro y estaba nublado, la habitación se encontraba como todos los días desde que ocurrió el desencadenante de todo: desordenada. Acababa de despertar de otra de las múltiples pesadillas que había tenido desde entonces, sin embargo, esta vez la oscuridad profunda lo afectó más que antes. No podía distinguir absolutamente nada dentro de esas cuatro paredes, su miopía y astigmatismo lo privaban de poder ver las cosas a pocos metros de él, tenía idea de qué era cada cosa, todo excepto algo... Esa extraña figura al lado de la puerta de la entrada. - ¡Mierda!- Pensó para sí, empezó a sentir cómo varias gotas de sudor frío se agolpaban alrededor de su frente, cómo humedecían su espalda conforme transcurrían los segundos; intentaba hacer algún movimiento o sonido, pero su cerebro, como si lo estuviera protegiendo de ser descubierto, no se lo permitía. Por un instante creyó ver que se acercaba un poco, nunca había sentido tanto miedo como en ese instante, solo pudo cerrar los ojos mientras esperaba una eternidad a que o se dieran las circunstancias de una muerte segura o que la luz del Sol iluminara la habitación, pero tenía más fe en que sucediera lo primero que lo segundo. Empezó a sentir cómo su respiración se hacía cada vez más pesada conforme diferentes imágenes aterradoras empezaban a surcar por su imaginación: la forma pasaba de ser un monstruo con enormes y amarillos dientes que lo podrían desgarrar en cualquier momento, a un asesino en serie con un gancho de pesca que le sacaría todo lo que contiene su cavidad abdominal. Oyó la madera del piso rechinar, eso fue suficiente para su pobre cabeza, se desmayó.

Despertó alrededor de las nueve de la mañana, su habitación a pesar de seguir igual de desastrosa se veía diferente, el naranja de sus cortinas se expandía sobre todas las paredes blancas y les daba un sensación de calidez y tranquilidad que le encantaba. Dirigió su mirada hacia donde se había encontrado a la sobra horas antes, en su lugar solo se encontraba su bata de baño colgada en un perchero, no había ninguna señal de que algo hubiera estado en ese lugar en ningún momento de la noche. Recordó la situación y sintió como un escalofrío lo recorría de pies a cabeza, estaba volviendo a revivir las parálisis nocturnas que tanto lo atormentaban de niño, y ahora todo era por culpa de ella. Se levantó de su cama, se sentó en el borde por unos segundos mientras asimilaba todo antes de ponerse en marcha. ¡Beep, beep, beep! El calendario de su teléfono le recordaba que hoy iba a ser el gran día, por fin iba a dejar todo atrás; por fin iba a acabar con todas esas memorias que lo atormentaban.

Al terminar de hacer lo que una persona común haría antes de salir de su apartamento se montó en el auto que había rentado unos días antes, se dirigió hacia una ferretería un poco más alejada de lo que debería. En el camino repasaba varias veces qué cosas le podrían ser útiles para su pequeño proyecto, ya tenía el lugar, una pequeña cabaña a la salida de la ciudad, tenía a la persona, y tenía planeado qué quería hacer; sin embargo, aún le faltaba materializar cómo lo iba a lograr todo. Estacionó convenientemente a la vuelta de la esquina donde nadie de la tienda pudiera verlo al salir, y finalmente entró.